El mago de Oz

El viajero llegó al centro del desierto,
al punto más alejado de la civilización.
Y sacó su cantimplora para saciar su ego,
pero la última gota cayó,
sobre la incandescente arena,
dejando al descubierto una inscripción.
"Mi nombre es Oz..." y el resto se perdió,
en el paso del tiempo, en el baile de máscaras.
De tantos reyes todopoderosos,
que han acabado reducidos a la nada.
Ramses II o Alejandro Magno,
que son hoy en día, mas que huesos putrefactos.
Y cuando el viajero se dio cuenta
que la grandeza que buscaba,
tan sólo es un espejismo
de las riquezas de la nada,
murió abrazando dicha piedra
formando parte de la historia,
una historia de proezas
que jamás será contada.

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